Lo primero que vio el presidente Rafael Correa al aterrizar este domingo por la tarde en la ciudad más rica de la provincia de Manabí fue un Ecuador muy distinto al que dejó días atrás por la gira que lo llevó a Estados Unidos y el Vaticano.
Manta, el puerto más importante del país, lo esperaba a oscuras, sólo iluminada por las luces de las ambulancias y de los carros de bomberos, y los focos de los autos que hacían cola para cargar gasolina justo a la salida de la base de la Fuerza Aérea Ecuatoriana en la que aterrizó su avión.
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El mandatario quizás pudo ver que el monumento insignia de la base aérea -un avión militar con "rostro" de tiburón- cayó al piso tras el terremoto de 7,8 que golpeó con particular saña a Manabí.
Peor le fue al aeropuerto internacional de la ciudad, cuya torre de control se desplomó sobre el pavimento, como si hubiese decidido por una vez aterrizar ella sobre la pista en lugar de las aeronaves.
Primera vez
La llegada y partida del presidente de la República alteró por unos instantes una rutina de por sí alterada de la base, que no ha dejado de operar desde que se desató la tragedia.
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Aquí llegan los aviones con ayuda nacional e internacional para combatir los efectos del desastre que ha movilizado a todo el país sudamericano.
En el avión de la capital llegó Juan Carlos Amaguaña, médico de la Universidad Central del Ecuador y parte de un contingente de 60 profesionales, incluyendo bomberos aeronáuticos, paramédicos y personal especializado en rescate.
"Nuestro destino son las poblaciones de Bahía de Caraquez, San Clemente y San Jacinto. Lo único que sabemos es que media cuidad de Bahía está colapsada y otras lo están totalmente".
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